Hay una
frase que Íñigo Errejón repite regularmente y que yo le escuché pronunciar hace
unos días en Málaga dentro de la gira de “El Congreso en tu plaza”,
esta serie de actos públicos en los que los ya ex diputados rinden cuentas ante
la ciudadanía sobre la actividad desplegada durante esta legislatura corta, que
dice mucho acerca de lo que es y pretende ser Podemos. Se trata de una
apelación directa a los allí reunidos acerca del deber de estudiar y formarse,
única manera de hacer posible, utilizando sus términos, “la construcción de un
pueblo, de una fuerza que reclame con éxito la representación de un nuevo
proyecto nacional”. Creo que pocas cosas reflejan mejor el papel de la teoría
al servicio de una praxis, el afán por aplicar lo aprendido no ya solo en los
libros sino en experiencias políticas concretas previas, a una realidad mutante
como la nuestra que esta incitación a robarle horas al trasiego cotidiano que
supone la vida militante (compuesta de una miríada de obligaciones menores e impostergables)
para tomar distancia crítica antes de zambullirse de nuevo en la acción.
Que Podemos
surge tras una larga gestación intelectual es de sobra conocido. Comenzó mucho
antes de que un grupo de jóvenes pusieran en marcha un programa de televisión en
un modesto local de Vallecas dispuestos a pelear –en palabras de Pablo Iglesias–
en el “principal escenario de confrontación política” de nuestro tiempo, el de
la comunicación, y halló en el 15-M su imprescindible acelerante. De hecho,
esta actitud le ha merecido a Podemos la tacha de partido “intelectualista”, como
si el hecho de ser algunos de sus fundadores profesores universitarios fuese un
desdoro, un motivo casi por el que pedir perdón: “¡Con quién han empatado estas
ratas de biblioteca!”; “¡Se creen que por tener una buena formación y hablar
varios idiomas saben algo de la vida!”; o “¡Si es que son muy listos!”, los
hemos escuchado mascullar en debates televisivos y tertulias de radio a
representantes de los partidos tradicionales y sus corifeos, sin percatarse de cuán
cerca se encontraban estos supuestos agravios del elogio desnudo de la
ignorancia cuando no directamente del “Muera la Inteligencia” de un Millán
Astray.
Porque, además, incluso quienes como en el caso del
secretario político de la formación morada, están especialmente obsesionados
por la formación de cuadros en áreas como la creación de discurso, distan mucho
de entender la política como un mero ensayo de laboratorio, algo que pueda
gestarse tras una puerta o en torno a una mesa repleta de ceniceros llenos. Por
horas de reflexión que requiera la labor a la que se han entregado, es
imposible trazar un “plan” cerrado de antemano porque, como escribía Errejón en
su imprescindible artículo “Podemos
a mitad de camino” , “la construcción de una voluntad colectiva nunca
funciona en línea recta”, esto es, “no es obra divina ni de las fuerzas de la
historia: es el resultado de muchas intervenciones políticas, concretas y
contingentes, unas más acertadas que otras, que van produciendo un sentido
político nuevo, una identidad nueva”.
Esta idea no solo choca con la teleología marxista y el
determinismo económico a esta ínsito,
sino que cuestiona la posición de subalternidad rayana con la bovina
mansedumbre de las masas que pudiera colegirse de cierta lectura simplista de
la hipótesis populista de Podemos. Frente al liderazgo carismático que de modo
tan eficaz hubo de representar ―contra sus propios deseos si nos atenemos a los
múltiples testimonios de los que disponemos―, Pablo Iglesias en la etapa
fundacional de Podemos y sin el cual nunca se habría podido no ya romper sino
tan solo perturbar el tablero ―¿cabía operar de otro modo en una democracia de
audiencias como la vigente?―, este discurso socava la concepción de un pueblo
entendido como menor de edad al que hay que tutelar porque no sabe lo que le
conviene. La experiencia colectiva no viene determinada así por la anulación del
individuo. Se trata, por decirlo con Arendt, de que este rompa su aislamiento,
salga de su propia y radical experiencia singular cuidándose al mismo tiempo de
limitarse a multiplicar y prolongar la experiencia de su vecino. En ese
sentido, ese llamamiento a “prepararse”, a “multiplicar los dirigentes, los
portavoces”, no puede suponer una incitación a constituir una “intelligentzia” ni
a la “fabricación de un aparato de poder”, sino que apunta a la constitución de
un nuevo “bloque intelectual” desprendido de los anclajes de clase que sea capaz
de apuntalar un proyecto capaz de convertir un “proyecto masivo” en uno “mayoritario”.
No es fruto del azar que un tipo como Santiago Alba Rico se prestase a ser
candidato al Senado por Ávila en las pasadas elecciones ni que Podemos haya
penetrado con enorme éxito entre la población con estudios superiores.
A su vez, desde el punto de vista del científico social, la
hipótesis descarta asumir la neutralidad valorativa de la que hablaba Weber y
que con frecuencia tan ajena le resultaba al propio autor alemán. Tampoco
encuentra aquí reposo el cálculo frío ni la concepción del intelectual como un
“clérigo” que dice “Mi reino no es de este mundo” ―tampoco Benda se mantuvo
fiel a su sacerdocio al ver a la democracia amenazada―, cuando lo que tenemos
entre manos es la producción intelectual orientada hacia un compromiso que
trata de impugnar el dogma neoliberal en el campo de las ideas luchando por establecer
un nuevo sentido común tras décadas de derrota intelectual por parte de la
izquierda. De aquí la importancia de la pasión
–junto a la mesura y al sentido de la responsabilidad, una de las tres cualidades
decisivamente importantes para el político según el propio Weber― en el relato
y la práctica política de Podemos.
No hablamos
en este caso de la efervescencia –evito voluntariamente hablar de “mística― que
puede vivirse –y probablemente en la actualidad solo pueda darse con esta
intensidad en la arena partidista–) en un mitin de Podemos tan reivindicada por
quienes, como Errejón, entienden que “las pasiones no son elementos prepolíticos de pueblos
inmaduros”. Hablamos de esa “pasión por la inteligencia y por la política”, en
palabras de José Luis Villacañas, que puede respirarse en un debate teórico y
que llevó a este catedrático de Filosofía en la Complutense a afirmar hace unos días, tras pasar por uno
de los encuentros organizados por el Instituto
25M, el think tank de Podemos,
que no puede identificar otra formación que esté en condiciones de destacar a
sus cuadros “a un debate tan franco”, ni existe en la actualidad otro partido que “tenga
un conjunto tan amplio de militantes atravesado por esas dos pasiones”.
Probablemente
nada ejemplifique mejor la potencia irradiadora
de Podemos ni permita vislumbrar de forma más nítida el papel que está llamado
a jugar en los próximos años que esta crónica firmada por quien no solo ha sido
con frecuencia muy crítico con las tesis de Podemos, sino que reconoce ser
ahora más consciente de los puntos que le separan del modelo teórico de quienes
lo invitaron precisamente para confrontar, con honestidad y compartiendo la
necesidad de avanzar hacia una democracia más plena, sus diferencias.
Esta predisposición al
combate de ideas –es bueno que luchen estas para que no tengan que hacerlo los
hombres, decía Popper– resulta tanto más
refrescante y descarada ante el triste espectáculo
que nos vienen ofreciendo tanto unas viejas maquinarias partidistas más
preocupadas por conservar parte del poder institucional acumulado durante
décadas y de preservar su particular spoil
system que de insuflar nueva vida a unas ideas envejecidas, como aquellos
otros que, supuestamente aterrizados para regenerar la vida pública, basan toda
su estrategia en técnicas de marketing electoral y en el mejor de los
casos en enarbolar el concepto de “sociedad abierta”, como si alguna vez
hubieran tenido entre manos un libro del autor. En uno y otro caso, llama la
atención que hasta los elementos más jóvenes hayan hecho de la renuncia a cualquier
cuestionamiento serio de lo dado la clave de bóveda de un ideario transmutado en
argumentario.
En este sentido no es
exagerado afirmar que si desde los años 70 la sociedad española no había
vivido tal interés por la política ―sin duda también porque desde entonces no
habíamos vuelto a vivir una “crisis de régimen” que colocara no ya a los
partidos sino a la propia ciudadanía ante la posibilidad de tomar las riendas
de su futuro― se debe en buena medida al papel de agitación intelectual
desencadenada primero por el 15-M y más tarde por Podemos. Si entonces eran
Marx, Foucault, o Althusser los autores que se leían y comentaban con
veneración, hoy son algunas de las ideas de Gramsci, Laclau o Judith Butler, ya
sea vulgarizadas, las que circulan por aulas, cafés y grupos de telegram. Solo
hay que prestar atención a las decenas de charlas, seminarios, debates, que
cada semana despliegan los círculos de Podemos por todo el país para darse
cuenta de que existe un ansia de conocimiento que ha desbordado los
tradicionales ámbitos académicos para poner sobre la mesa toda una serie de temas
de discusión entre las “gentes del común”. Si existen “podemólogos”, más allá
de la carga de sarcasmo que el palabro encierra, se debe en buena medida a la
cantidad de material que a diario genera el partido en cantidades indigeribles
incluso cuando uno no tuviera más ocupación que dedicarse a su lectura. De
hecho, incluso en momentos en los que la institucionalización del partido y la
sucesión de citas electorales ha obligado a buena parte de los dirigentes a
dedicarse a cabalgar el tigre de la actualidad, incluso en estos momentos de
especial aceleración en los que hay que elegir entre lo urgente y lo
prioritario, no cesan de salir textos firmados desde el entorno de Podemos
dedicados, como si anidara un temor a que lo concreto se terminara divorciando
de las ideas que presuntamente lo inspiraron, a evaluar, desarrollar o
reenmarcar el rumbo.
Esta gran conversación
inacabada e inacabable, que lo mismo discurre en torno al ya popular tema de la
“transversalidad” del partido, recorre los meandros del “populismo”, se
interroga sobre los límites de la acción institucional, hace hincapié en la
necesaria feminización de la política, coquetea con el espíritu de la
Ilustración o, de nuevo pie en tierra, ataca de frente la búsqueda de
soluciones a la actual crisis económica, y que está muy lejos de representar una
mera acumulación caótica para adquirir más bien la forma de un magma del que
emergen y se refuerzan reticularmente diferentes líneas de pensamiento y acción,
tiene la virtud de exponerse públicamente – “En mi soledad/ he visto cosas muy claras/
que no eran verdad”, decía Machado–, suscitando debates en los que la
confrontación de ideas lejos de rehuir la discrepancia obliga a los
intervinientes a pensar contra sí mismos, rompiendo los huesos de sus
cabezas, por utilizar una expresión cara a ese enorme polemizador –y
polinizador de ideas y pasiones― que fue Jean-Paul Sartre. Ni siquiera la
masiva llegada a las instituciones de “cuadros” de Podemos ha amainado este
aluvión de intervenciones más pausadas o urgentes. Más bien al contrario, ante
la necesidad de ampliar el repertorio de herramientas disponibles para afrontar
los retos del día a día en esa búsqueda constante por ampliar el campo de lo
posible se ha enriquecido el paisaje con multitud de visiones de las que
participan junto a los nombres más
reconocidos de la formación (los Iglesias, Monedero, Errejón, Moruno, Serra,
Lago, Cano, Bescansa, Maura, etc) decenas de diputados o concejales que analizan
las más variadas cuestiones, de la sanidad pública a la lucha contra la
corrupción, de la discriminación de la mujer al papel de la deuda, el mundo
rural o el mercado de trabajo. Artículos y charlas que generan toda una
bibliografía secundaria y que actúan como espoleta para un debate coral
impensable hace tan solo unos pocos años.
Sin duda, esta
carrera por la “auctoritas” resulta extraordinariamente exigente incluso para
quienes están mejor dotados para afrontarla, como demuestra una pequeña
anécdota que el propio Errejón protagonizaba en una de las últimas ediciones
del programa “Fort Apache”.
Durante el debate, en el que se inquiría por la existencia de un “populismo de
izquierdas”, el secretario político de Podemos tuvo una vacilación al ser incapaz
de recordar el nombre de un politólogo norteamericano en un momento de su
argumentación y tuvo que ser Verstrynge, que estaba sentado a su lado, quien le
hizo de apuntador, sacándole el siguiente comentario: “Esto es un politólogo
que no pierde el tiempo en el Parlamento”. Evidentemente, por consciente que
sea de que por encima de los parlamentos operan fuerzas que constriñen la soberanía
nacional encarnada en las cámaras, nadie puede pensar que Errejón crea que ser
diputado es una pérdida de tiempo. Más bien, este comentario casual, fruto
probablemente de la falta de frescura de quien lleva dos años y medio corriendo
y atándose los cordones, al tiempo que muestra la tensión que late entre el politólogo
y el político –y el temor del primero al que el segundo lo acabe devorando―,
refleja la autoexigencia de quien sabe que no hay éxito sin disciplina, ni
acción política eficaz que no esté sustentada en un profundo análisis previo. Como
contó a un grupo de colegas el periodista Sebastiaan Faber –y recoge Jacobo
Rivero en Objetivo: asaltar los cielos―,
si algo le había sorprendido siguiendo de cerca a Podemos era la “ética
protestante del trabajo” del grupo promotor y de su entorno más cercano. La
constatación de que no hay cambio político sin pasión, pero que esa pasión no
solo se expresa por los cauces más obvios de la arenga o la explosión
tumultuosa, sino que para no convertirse precisamente en la cápsula desprendida
del fuselaje tras el lanzamiento, debe construirse sobre cimientos
intelectuales que permitan, entre otras cosas, traducir conceptos complejos
para que sean operativos en la batalla por la hegemonía cultural, levantando de
camino las cómodas barreras que separan teoría y práctica, razón y emoción o discurso
y realidad.
Que esta visión
anti-hedonista de la política no resulte incompatible con la (solo en
apariencia) boutade de Pablo Iglesias
de que “Podemos funciona porque es sexy”, se desprende hasta qué punto nos
movemos en un terreno de retroalimentación difusa. Existe una célebre cita de John
Waters que corre por los muros de postineros lectores de todo el mundo que
dice: “If you go home with somebody and
they don't have books, don't fuck them”. Y llegados a este punto, viendo las
pasiones que levantan los dirigentes de Podemos allá por donde pisan, el
carácter de liturgia laica de sus mítines no sería un desatino para el caso que nos ocupa añadir
al pasaje, antes de ‘books’, la palabra ‘politics’. Ni que decir
tiene que esto poco tiene que ver con la erótica del poder, sino de no desdeñar
como factor coadyuvante a la hora de generar
una visión que produzca lazos de solidaridad y pertenencia la seducción de
la inteligencia.
En una célebre
charla de 2014, precisamente en compañía de Alberto Garzón, de nuevo un
irónico y provocador Pablo Iglesias dijo que lo que diferenciaba a Podemos del
resto de partidos, era que ellos sabían cómo ganar. A la vista de lo anterior y
habiendo aprendido que ninguna victoria será jamás ni total ni definitiva,
puede decirse que no Podemos, sino nuestra esfera pública ya está asistiendo a
toda una serie de triunfos parciales que si en el plano institucional nos
hablan de las alcaldías del cambio o de los 69 diputados (por ahora) obtenidos
en el Congreso, en el terreno cultural encuentran su correlato en un cambio de
formas y de fondo a la hora de vivir lo
político del que solo estamos viendo sus primeros síntomas y que incluye ese
rebato de Errejón con el que arrancábamos y que no es una línea más dentro de
un discurso que, por otra parte, no deja nada al azar. Así lo demuestra el
hecho de que el joven dirigente le otorgue un especial énfasis, incluso una
especial ubicación ―en este caso, cerrando el encuentro― y que esa frase que en
otro contexto podría resultar anodina y gris, sea vertida en un vibrante tono
ascendente (“¡A estudiar y prepararse…”) que va levantando entre el auditorio (“…
que nos toca gobernar un país!”) una salva de aplausos (“¡Que nos toca
construir…”) que conduce de forma
inevitable (“… una España nueva!”) a una encendida ovación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario